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¡Buen Camino!

Las lecciones vitales que encontré en el Camino de Santiago

 

Hace poco regresé de mi aventura haciendo el Camino de Santiago. Me lancé a tal peregrinación por un lado por casualidad y por otro por curiosidad. Recorriendo más de sus 120 kilómetros en una semana descubrí como el camino es una metáfora muy clara de la vida.

Tras una primera jornada donde nuestro caminar encontraba bares para repostar cada pocos kilómetros y en la que gozamos de un ligero sol que hacía el andar muy agradable, creí saber de qué se trataba el camino. No era algo extremadamente fácil, ya que después de veinte kilómetros se notaba el cansancio, pero parecía manejable.

No obstante la segunda etapa nos sorprendió con fuertes lluvias y sin encontrar cobijo en casi tres horas. Mi actitud ante el camino cambió radicalmente ya que apenas conseguí acabar los kilómetros del plan diario. Me dolía todo, especialmente la espalda por la mochila que porteaba, tenía hambre y me encontraba rota por la mezcla del frío, del ejercicio físico y no dormir bien.

Cada día el camino me fue sorprendiendo con un reto distinto y me hacía ver que no tenía sentido dejarme llevar por las expectativas o intentar planear para que todo fuera como a mí me gustaría. Descubrí la importancia de recibir cada día con un espíritu de aventura, levantarme cada mañana preguntándome ¿Qué me esperará hoy en el camino? Y aprendí también a paladear lo que llegaba, fuera lo que fuera.

Un día el camino me traía el regalo de paisajes maravillosos y me hacía valorar la belleza de lo simple: Un amanecer, la niebla al despertar, la magia de los bosques, el sonido de los gallos y pájaros o el meter los pies en el río. En otras ocasiones había cuestas de casi dos kilómetros que me tocaron subir con viento y lluvia. De nada me servía quejarme, de hecho cuantos más pensamientos negativos tenía más me costaba continuar. Ví que esos eran momentos para seguir caminando, para centrarme en cada paso.

No tenía tampoco sentido alguno compararme con otros peregrinos acerca de a quién le resultaba más fácil andar o quién conseguía hacer la etapa completa al día. Cada uno había iniciado el camino en distintos puntos, nuestro equipo era diferente y nuestra condición física variaba mucho; lo único claro es que el camino nos iba dando a cada uno lo que necesitábamos para crecer por dentro. Con mi caminar se despertaba una confianza plena en que iba a venir lo adecuado para mí.

Llegaron por supuesto etapas que no me parecieron tan bellas, tenían muchos cruces de carretera o se caminaba al lado de la nacional. Pero en esos días mágicamente se crearon momentos muy divertidos con mi compañera de viaje. El humor, las risas y las canciones llenaron de luz la fealdad o monotonía de ciertas rutas. Reflexioné en esos momentos acerca de la importancia de escoger a nuestros compañeros de vida adecuadamente y agradecí cada segundo de complicidad que tuve con ella porque se crearon recuerdos muy valiosos.

Antes de lanzarme a esta peregrinación pensaba que las dificultades del camino eran meramente físicas, y en cierta manera lo fueron. La mochila se hacia notar cada vez más y me hizo ver que sólo podemos cargar con lo estrictamente necesario a las espaldas porque sino su dolor es tal que te impide caminar. No obstante, las mayores dificultades para mi fueron psicológicas. El camino colocaba una lupa de aumento en mis reacciones, patrones y comportamientos, haciéndome reflexionar mucho acerca de mis respuestas automáticas y del parloteo habitual de mi mente.

Cada día teníamos marcada nuestra ruta y el lugar dónde pasaríamos noche, pero mi compañera comenzó a sufrir grandes dolores en la rodilla hasta encontrarse a mitad de la etapa cojeando y a duras penas avanzando. Era evidente que, muy a nuestro pesar, no llegaríamos a la meta diaria que nos habíamos marcado, así que terminamos parando en un pueblo a mitad de recorrido.

Al principio nos sentimos confusas acerca de qué hacer con respecto a su dolor en la rodilla y tristes por la posibilidad de no poder continuar. Esa noche resultó ser la más deliciosa de todo el camino. Disfrutamos de un Ribeiro viendo atardecer en un lugar idílico mientras saqué tiempo suficiente para escribir, nos re-encontramos con varios peregrinos con quienes habíamos coincidido en nuestra ruta y tuvimos conversaciones muy divertidas. De un obstáculo, o lo que creíamos un problema, surgió una vivencia preciosa. No frustrarnos por no alcanzar la meta diaria y aceptar la circunstancia nos hizo poder disfrutar de ese regalo que nos ofreció el camino.

Tras esa noche, y gracias a los consejos de compañeros de ruta, conseguimos continuar el trayecto y contra todo pronóstico llegamos a Santiago en el día que originalmente teníamos marcado. En la entrada nos paramos, fue un momento de reflexión que me hizo ver muchas cosas; por ejemplo me hizo darme cuenta de que soy más fuerte de lo que pensaba. Mis pies no mostraron ni un rasguño en toda la semana, mi estado de salud era impecable y con el tiempo me había hecho incluso al peso que llevaba a mis espaldas. Me comenzó a llenar una sensación de gratitud por mi salud, y por mi cuerpo que respondió muy positivamente ante el reto que le puse. Pensé en las miles de veces en las que lo había rechazado por no ser "perfecto" y ahora solamente podía decir internamente " gracias" y sentirme tremendamente afortunada.

Al entrar en Santiago, tuve la satisfacción de llegar, pero la sensación fue mínima comparada con todo lo que había vivido para acabar allí. Sólo cobraba sentido si examinaba cada minuto del peregrinaje y el valor que me había aportado. La meta obviamente había sido el camino en sí, y disfrutar de cada kilómetro con todo lo que traía,su belleza y sus lecciones.

Entonces comprendí las palabras de los peregrinos al pasar. No te decían: ¡Llega pronto a Santiago! o ¡Disfruta de Santiago! Ni siquiera ¡Ánimo que llegas a Santiago! sino ¡Buen Camino!

Con esas palabras te hacían llegar su deseo de que disfrutarás de cada segundo del trayecto, te daban aliento ante las dificultades y generaban complicidad .

Al llegar de vuelta a casa escribí estas dos palabras en un sitio que puedo ver cada día. Y ante cada etapa diaria, ante lo que va llegando al final del día las observo y me recuerdo a mi misma:

¡Buen Camino!

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